Como cada 25 de marzo se celebra el día de leer a Tolkien, y esta vez comparto un fragmento de EL HOBBIT que me gustó mucho:
Al cabo de un rato llegaron a un terreno de robles altos y muy viejos, y luego a un
crecido seto de espinos, que no dejaba ver nada, ni era posible atravesar.
—Es mejor que esperéis aquí —dijo el mago a los enanos—, y cuando grite o
silbe, seguidme, pues ya veréis el camino que tomo, pero venid sólo en parejas,
tenedlo en cuenta, unos cinco minutos entre cada pareja. Bombur es mas grueso y
valdrá por dos mejor que venga solo y último. ¡Vamos, señor Bolsón! Hay una
cancela por aquí cerca en alguna parte. —Y con eso se fue caminando a lo largo
del seto, llevando consigo al hobbit aterrorizado.
Pronto llegaron a una cancela de madera, alta y ancha, y desde allí, a lo lejos,
podían ver jardines y un grupo de edificios de madera, algunos con techo de paja
y paredes de leños informes: graneros, establos y una casa grande y de techo
bajo, todo de madera. Dentro, al fondo del gran seto, había hileras e hileras de
colmenas con cubiertas acampanadas de paja. El ruido de las abejas gigantes que
volaban de un lado a otro y pululaban dentro y fuera, colmaba el aire.
El mago y el hobbit empujaron la cancela pesada y crujiente, y descendieron por
un sendero ancho hacia la casa. Algunos caballos muy lustrosos y bien
almohazados trotaban pradera arriba y los observaban con expresión inteligente;
después fueron al galope hacia los edificios.
—Han ido a comunicarle la llegada de forasteros —dijo Gandalf.
Pronto entraron en un patio, tres de cuyas paredes estaban formadas por la casa
de madera y las dos largas alas. En medio había un grueso tronco de roble, con
muchas ramas desmochadas al lado. Cerca, de pie, los esperaba un hombre
enorme de barba espesa y pelinegro, con brazos y piernas desnudos, de
músculos abultados. Vestía una túnica de lana que le caía hasta las rodillas, y se
apoyaba en una gran hacha. Los caballos pegaban los morros al hombro del
gigante.
—¡Uf! ¡Aquí están! —dijo a los caballos—. No parecen peligrosos. ¡Podéis iros! —
Rió con una risa atronadora, bajó el hacha, y se adelantó. —¿Quiénes sois y qué
queréis? —preguntó malhumorado, de pie delante de ellos y encumbrándose por
encima de Gandalf. En cuanto a Bilbo, bien podía haber trotado por entre las
piernas del hombre sin necesitar agachar la cabeza para no rozar el borde de la
túnica marrón.
—Soy Gandalf —dijo el mago.
—Nunca he oído hablar de él —gruñó el hombre—, Y ¿qué es este pequeñajo? —
dijo, y se inclinó y miró al hobbit frunciendo las cejas negras y espesas.
——Este es el señor Bolsón, un hobbit de buena familia y reputación impecable —
dijo Gandalf. Bilbo hizo una reverencia. No tenía sombrero que quitarse y se
sentía molesto pensando que le faltaban algunos botones— Yo soy un mago —
continuó Gandalf— He oído hablar de ti, aunque tú no de mí; pero quizá algo
sepas de mi buen primo Radagast que vive cerca de la frontera meridional del
Bosque Negro.
—Sí; no es un mal hombre, tal como andan hoy los magos, creo. Solía verlo con
bastante frecuencia —dijo Beorn— Bien, ahora sé quién eres, o quién dices que
eres. ¿Qué deseas?
—Para serte sincero, hemos perdido el equipaje y casi el camino, y necesitamos
ayuda, o al menos consejo. Diría que hemos pasado un rato bastante malo con los
trasgos, allá en las montañas.
—¿Trasgos? —dijo el hombrón menos malhumorado— Ajá, ¿así que habéis
tenido problemas con ellos? ¿Para qué os acercasteis a esos trasgos?
—No pretendíamos hacerlo. Nos sorprendieron de noche en un paso por el que
teníamos que cruzar. Estábamos saliendo de los territorios del Oeste, y llegando
aquí.., es una larga historia.
—Entonces será mejor que entréis y me contéis algo de eso, si no os lleva todo el
día —dijo el hombre, volviéndose hacia una puerta oscura que daba al patio y al
interior de la casa.
Siguiéndolo, se encontraron en una sala espaciosa con una chimenea en el
medio. Aunque era verano había troncos quemándose, y el humo se elevaba
hasta las vigas ennegrecidas y salía a través de una abertura en el techo.
Cruzaron esta sala mortecina, sólo iluminada por el fuego y el orificio de arriba, y
entraron por Otra puerta más pequeña en una especie de veranda sostenida por
unos postes de madera que eran simples troncos de árbol. Estaba orientada al
sur, y todavía se sentía el calor y la luz del sol poniente que se deslizaba dentro y
caía en destellos dorados sobre el jardín florecido, que llegaba al pie de los
escalones.
Allí se sentaron en bancos de madera mientras Gandalf comenzaba la historia.
Bilbo balanceaba las piernas colgantes y contemplaba las flores del jardín,
preguntándose qué nombres tendrían; nunca había visto antes ni la mitad de ellas.
—Venía yo por las montañas con un amigo o dos... —dijo el mago.
—¿O dos? Sólo puedo ver uno, y en verdad bastante pequeño —dijo Beorn.
—Bien, para serte sincero, no quería molestarte con todos nosotros hasta
averiguar si estabas ocupado. Haré una llamada, si me permites.
—¡Vamos, llama!
De modo que Gandalf dio un largo y penetrante silbido, y al momento aparecieron
Thorin y Dori rodeando la casa por el sendero del jardín. Al llegar saludaron con
una reverencia.
—¡uno o tres querías decir, ya veo! —dijo Beorn—, pero estos no son hobbits,
¡son enanos!
—¡Thorin Escudo de Roble a vuestro servicio! ¡Dori a vuestro servicio! —dijeron
los dos enanos volviendo a hacer grandes reverencias.
—No necesito vuestro servicio, gracias —dijo Beorn—, pero espero que vosotros
necesitéis el mío. No soy muy aficionado a los enanos; pero si en verdad eres
Thorin (hijo de Thrain, hijo de Thror, creo), y que tu compañero es respetable, yque sois enemigos de los trasgos y que no habéis venido a mis tierras con fines
malvados... por cierto, ¿a qué habéis venido?
—Están en camino para visitar la tierra de sus padres, allá al Este, cruzando el
Bosque Negro —explico Gandalf—, y sólo por mero accidente nos encontramos
aquí, en tus tierras. Atravesábamos el Desfiladero Alto que podría habernos
llevado al camino del sur, cuando fuimos atacados por unos trasgos malvados...
como estaba a punto de decirte.
—¡Sigue contando entonces! —dijo Beorn, que nunca era muy cortés.
—Hubo una terrible tormenta; los gigantes de piedra estaban fuera lanzando
rocas, y al final del desfiladero nos refugiamos en una cueva, el hobbit, yo y varios
de nuestros compañeros...
—¿Llamas varios a dos?
—Bien, no. En realidad había más de dos,
—¿Dónde están? ¿Muertos, devorados, de vuelta en casa?
—Bien, no. Parece que no vinieron todos cuando silbé. Tímidos, supongo. Ves,
me temo que seamos demasiados para hacerte perder el tiempo.
—Vamos, ¡silba otra vez! Parece que reuniré aquí todo un grupo, y uno o dos no
hacen mucha diferencia — refunfuñó Beorn.
Gandalf silbó de nuevo; pero Nori y Ori estaban allí antes de que hubiese dejado
de llamar, porque, si lo recordáis, Gandalf les había dicho que viniesen por parejas
de cinco en cinco minutos.
—Hola —dijo Beorn—. Vinisteis muy rápidos. ¿Dónde estabais escondidos?
Acercaos, muñecos de resorte.
—Nori a vuestro servicio, Ori a... —empezaron a decir los enanos, pero Beorn los
interrumpió.
—¡Gracias! Cuando necesite vuestra ayuda, os la pediré. Sentaos, y sigamos con
la historia o será hora de cenar antes que acabe.
—Tan pronto como estuvimos dormidos —continuó Gandalf—, una grieta se abrió
en el fondo de la caverna; unos trasgos saltaron y capturaron al hobbit, a los
enanos y nuestra recua de poneys...
—¿Recua de poneys? ¿Qué erais... un circo ambulante? ¿O transportabais
montones de mercancías? ¿O siempre llamáis recua a seis?
—¡Oh, no! En realidad había más de seis poneys, pues éramos más de seis... y
bien ¡aquí hay dos más!
—Justo en ese momento aparecieron Balin y Dwalin, y se inclinaron tanto que
barrieron con las barbas el piso de piedra. El hombrón frunció el ceño al principio,
pero los enanos se esforzaron en parecer terriblemente corteses, y siguieron
moviendo la cabeza, inclinándose, haciendo reverencias y agitando los
capuchones delante de las rodillas (al auténtico estilo enano) hasta que Beorn no
pudo más y estalló en una risa sofocada: ¡parecían tan cómicos!
—Recua, era lo correcto —dijo— Una fabulosa recua de cómicos. Entrad mis
alegres hombrecitos, ¿y cuáles son vuestros nombres? No necesito que me sirváis
ahora mismo, sólo vuestros nombres. ¡Sentaos de una vez y dejad de menearos!
—Balin y Dwalin —dijeron, no atreviéndose a mostrarse ofendidos, y se sentaron
dejándose caer pesadamente al suelo, un tanto estupefactos.
—¡Ahora continuemos! —dijo Beorn a Gandalf.
—¿Dónde estaba? Ah sí... A mí no me atraparon, Maté un trasgo o dos con un
relámpago...
—¡Bien! —gruñó Beorn— De algo vale ser mago entonces.
—..y me deslicé por la grieta antes que se cerrase. Seguí bajando hasta la sala
principal, que estaba atestada de trasgos. El Gran Trasgo se encontraba allí con
treinta o cuarenta guardias. Pensé para mí que aunque no estuviesen
encadenados todos juntos, ¿qué podía hacer una docena contra toda una
multitud?
—¡Una docena! Nunca había oído que ocho es una docena. ¿O es que todavía
tienes más muñecos de resorte que no han salido de sus cajas?
—Bien, sí, me parece que hay una pareja más por aquí cerca... Fíli y Kili, creo —
dijo Gandalf cuando estos aparecieron sonriendo y haciendo reverencias.
—¡Es suficiente! —dijo Beorn— ¡Sentaos y estaos quietos! ¡Prosigue, Gandalf!
Gandalf siguió con su historia, hasta que llegó a la pelea en la oscuridad, el
descubrimiento de la puerta más baja y el pánico que sintieron todos al advertir
que el señor Bilbo Bolsón no estaba con ellos. —Nos contamos y vimos que no
había allí ningún hobbit. ¡Sólo quedábamos catorce!
—¡Catorce! Esta es la primera vez que si a diez le quitas uno quedan catorce.
Quieres decir nueve, o aún no me has dicho todos los nombres de tu grupo.
—Bien, desde luego todavía no has visto a Óin y a
Glóin. ¡Y mira! Aquí están. Espero que los perdonarás por molestarte.
—¡Oh, deja que vengan todos! ¡Daos prisa! Acercaos vosotros dos y sentaos.
Pero mira, Gandalf, aun ahora estáis sólo tú y los enanos y el hobbit que se había
perdido. Eso suma sólo once (más uno perdido), no catorce, a menos que los
magos no cuenten como los demás. Pero ahora, por favor, sigue con la historia. —
Beorn trató de disimularlo, pero en verdad la historia había empezado a
interesarle, pues en otros tiempos había conocido esa parte de las montañas que
Gandalf describía ahora. Movió la cabeza y gruñó cuando oyó hablar de la
reaparición del hobbit, de cómo tuvieron que gatear por el sendero de piedra y del
círculo de lobos entre los árboles.
Cuando Gandalf contó cómo treparon a los árboles con todos los lobos debajo,
Beorn se levantó, dio unas zancadas y murmuró: —¡Ojalá hubiese estado allí! ¡Les hubiese dado algo más que fuegos artificiales!
—Bien —dijo Gandalf, muy contento al ver que su historia estaba causando buena
impresión—, hice todo lo que pude. Allí estábamos, con los lobos volviéndose
locos debajo de nosotros, y el bosque empezando a arder por todas partes,
cuando bajaron los trasgos de las colinas y nos descubrieron. Daban alaridos de
placer y cantaban canciones burlándose de nosotros. Quince pájaros en cinco
abetos...
—¡Cielos! —gruñó Beorn— No me vengáis ahora con que los trasgos no pueden
contar. Pueden. Doce no son quince, y ellos lo saben.
—Y yo también. Estaban además Bifur y Bofur. No me he aventurado a
presentarlos antes, pero aquí los tienes.
Adentro pasaron Bifur y Bofur. —¡Y yo! —gritó el gordo Bombur jadeando detrás,
enfadado por haber quedado último. Se negó a esperar cinco minutos, y había
venido detrás de los otros dos.
—Bien, ahora aquí están, los quince; y ya que los trasgos saben contar, imagino
que eso es todo lo que había allí arriba en los árboles. Ahora quizá podamos
acabar la historia sin más interrupciones. —El señor Bolsón comprendió entonces
qué astuto había sido Gandalf. Las interrupciones habían conseguido que Beorn
se interesase más en la historia, y esto había impedido que expulsase en seguida
a los enanos como mendigos sospechosos. Nunca invitaba gente a su casa, si
podía evitarlo. Tenía muy pocos amigos y vivían bastante lejos; y nunca invitaba a
más de dos a la vez. ¡Y ahora tenía quince extraños sentados en el porche!
Cuando el mago concluía su relato, y mientras contaba el rescate de las águilas y
de cómo los habían llevado a la Carroca, el sol ya se ocultaba detrás de las
Montañas Nubladas y las sombras se alargaban en el jardín de Beorn.
—Un relato muy bueno —dijo— El mejor que he oído desde hace mucho tiempo.
Si todos los pordioseros pudiesen contar uno tan bueno, llegaría a parecerles más
amable. Es posible, claro, que lo hayáis inventado todo, pero aun así merecéis
una cena por la historia. ¡Vamos a comer algo!
—¡Sí, por favor! —exclamaron todos juntos— ¡Muchas gracias!
...
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