Las cosas se aclararon y estos días en lo alto de la torre al menos sirvieron para que se aseguraran que ni yo ni mi acuático compañero de reclusión somos espías del enemigo. Es más, creo que este chico no es ni terror de sirenitas dicho sea de paso. También nos enteramos que de entrada con nosotros llegaron en el transbordador como 7 infiltrados al planeta, lo que desorbitó los ojos a mi paranoico compañero ... y que después en el camino se detectaron a varios más. ¡Pudimos ser víctimas de algo! decía la cara de mi nervioso nuevo amigo al enterarse. Caras vemos y del resto no sabemos.
Lo bueno es que al fin podré volver a La Madriguera después de todo este tiempo. No hay lugar como el hogar de uno... y estoy contento.
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